En esta novela de Care Santos, tal como el título sugiere,
el chocolate juega un papel principal. Se nos va narrando la historia de una
chocolatera de las de antes -de cerámica, con su palo para remover-, en orden
cronológico inverso desde la actualidad hasta el momento en que se fabricó.
La obra se estructura en varios ‘actos’, de manera similar a
una ópera -género artístico que también está muy presente en la narración-. La historia
de la chocolatera que va pasando de unas manos a otras se remonta al siglo
XVIII, cuando reinaba Carlos III.
Resulta curioso lo diferente que era el chocolate en cuanto
a su preparación y en cuanto a la consideración que tenía este producto entre la gente. En tiempos
pasados era necesario descascarillar los granos y molerlos manualmente, una
actividad que requería una gran fuerza física. Esto servía de justificación
para quienes no permitían que una mujer regentara una chocolatería. Por aquel
entonces, el chocolate era “cosa de hombres”, por extraño que nos resulte ahora.
El chocolate se preparaba con agua y no con leche -sólo se
había empezado a hacer así en Suiza-, y se le añadían especias impensables hoy
en día, como por ejemplo pimienta. Este chocolate tenía propiedades medicinales
muy beneficiosas. Era consumido por nobles y monarcas de Inglaterra y Francia,
y si llegaba a sus oídos la existencia de una máquina que permitiera su
fabricación de manera más eficiente, ésta sería objeto de su codicia.